Hace 50 años, el mundo vivía con ilusión el inicio de la Era Espacial. Los vuelos de los Gagarin, Popov y demás pioneros rusos pero, y sobre todo, mucho más mediaticos y televisados de los astronautas estadounidenses Shepard, Grissom, Glenn y los demás "Mercury Seven", parecían constituir el prólogo de una nueva era: la Era Espacial.
Aquellos hombres, constreñidos -todos los "Mercury Seven" medían menos de 1,80 metros y viajaban sentados porque no cabían de pie o estirados- en una pequeña cápsula de menos de dos metros de diámetro, orbitaron el planeta a 27.000 kilómetros por hora, jugándose el pellejo.
Una aventura sin precedentes, auspiciada e impulsada por el presidente Kennedy -conviene recordar su famoso discurso de 1961, "a man in the moon"- en plena guerra fría, que culminó con la llegada del hombre a la luna unos años después.
Cincuenta años después, no queda nada de aquella épica. Casi nadie recuerda a los "Mercury Seven" -de los que sólo sobreviven ya Glenn y Carpenter, nonagenarios pero lúcidos y activos- y los viajes a la Luna que les siguieron son una mera fantasía para muchos de nuestros jóvenes, que no conciben cómo se pudo ir hasta allí si hoy volver se considera una quimera.
Por supuesto nadie habla ya de la Era Espacial. Los niños ya no juegan a ser astronautas -un neologismo de los años 60- y nadie confía en viajar a las estrellas. Algo que, durante los años 60 y buena parte de los 70, se daba por hecho en un futuro no muy lejano, que bien prodrían ser nuestros días.
Aquellas películas y series de televisión que se desarrolaban en naves que viajaban por el especio interestalar -la mítica "Star Trek", sin duda, pero también "2001, una Odisea en el Espacio" o "La Guerra de las Galaxias"- pronto dieron paso a otras en las que más que ir a la conquista de nuevos planetas, éramos los terrícolas los que esperábamos por ellos: "Encuentros en la Tercera Fase", "V" o "Independence Day" o el remake de "La Guerra de los Mundos" -por señalar películas de los años 70, 80, 90 y 2000- responden a este planteamiento, digamos, pasivo.
También ha desaparecido el estilo de vida futurista de series televisivas como "Los Supersónicos" una versión espacial de los Picapiedra en la que los portagonistas disfrutaban de una tecnología amigable para vivir su estilo de vida suburbano de forma...supersónica. La tecnología pronto dejó de facilitar la vida para convertirse en una pesadilla. Y no digamos la arquitectura, que tanta inspiración obtuvo de la estética espacial. La torre de comunicaciones de Seatle o las cúpulas de Fuller son fruto de esa época. Por no hablar de algunas casas angelinas que parecen a punto de despegar o el estadio olímpico de Munich. Lo que en los 60 y los 70 parecia futurista, ahora nos parece, con frecuencia, kitsch.
Ya la verdad es que los vuelos tripulados se han limitado a los orbitales de los transbordadores, ahora también abandonados. En realidad, ya no hay vuelos espaciales, ni siquiera de "cercanías". Parece que los chinos están decididos a repetir la epopeya luar. Lo lograrán, pero ¿cuándo?.
Lo cierto es que el sueño espacial ha dejado paso a otros sueños. El altermundismo y la sostenibilidad han reemplazado al citius, altius, fortius. Siquiera aplicado a la tecnología. Los aviones vuelan a la misma velocidad y altura que hace 30 años. El Concorde murió. En nuevo Queen Mary no es más veloz que su antecesor de los años 30. Ni siquiera aventaja a los legendarios Cunnard, como el Titanic. Nuestros coches, siendo más veloces, circulan más despacio que los de nuestros padres. Y, por supuesto, aquel imperativo "teletranspórtame, Scotty", no se cumplió. Ni tiene visos de cumplirse, pese al bosón de Higgs. Lo único citius es el tren. Siquiera en algunas líneas. Pero tambien parece haber alcanzado un tope: los 300 kilñometrios por hora no parecen fáciles de superar en trayectos comerciales. Superarlos supone mucha energía y riesgos para la seguridad.
Así que no viajamos ni más rápìdo, ni más alto. Estamos donde estábamos. Sólo somos mucho más eficientes.
¿Qué nos ocurre?. Parece que el viejo mundo occidental está cansado de avanzar y progresar. Las energías fósiles contaminan. Y son cada vez más caras. Y cualquier nueva fuente de energía abundante y barata, como la fisión nuclear, es cada vez más cuestionada. Y pronto pondremos en cuestión las energías limpias (aunque caras): ya pasó con los biocombustibles y pronto surgirán voces críticas con la energía eólica.
Quizá nos hemos vuelto exceisvamente críticos. Y poco imaginativos. Rechazamos cualquier tipo de energía. Pero no buscamos alternativas seguras y abundantes. El rechazo a la fisión atómica siquiera como previo de la fusión- es paradigmático. Nos resignamos. Ya no queremos emplear talento, energía y dinero a explorar nuevos mundos. Hasta los estadounidenses han renunciado a su "nuevo destino manifuesto" en el espacio. No hay sustituyo para los trasnbordadores.
Somos sociedades cada vez más envejecidas, sin ilusiones ni héroes. ¿Qué presidente sería capaz de hacer un discurso como el "the man on the moon" de Kennedy? Un discurso capaz de proyectarse al futuro, que proponer metas y medios para alcanzarlas. Un programa con números y recursos, realista, para ir a la Luna. ¡En 1961!
¡Claro que mejorar el mundo es loable!. Pero nuestro mundo, nuestra tecnología -desde el fly-by-wire a los ordenadores, pasando por internet, los microondas o, incluso, la comida, la ropa o materiales como el titanio- no pueden entenderse sin la carrera espacial.
A mi modo de ver, una de las causas de la crisis económica que corroe occidente es, precisamente, nuetra falta de ambición y creatividad. Sólo nos animamos a consumir, pero neutra producción no se renueva. Los productos "maduros" son cada vez más. Y pueden fabricarse en Brasil, China o Irán. Occidente no puede vivir en exclusiva del consumo y una investigación muy localizada y comprar y vender derivados financieros. Es eso lo que da como resultado una creciente polarización social. Camarero en Burguer King, reponedor en Hipercor, Auchamp o WalMart. O investigador de élite o tiburón financiero. Y cada vez son menos los términos medios. Esa clase media menguante, cuya desaparición narraba magistralmente el viejo Clint en "Gran Torino".
El proceso de fabricación del Dreamliner de Boeing -el 60% de la producción deslocalizado- es un buen ejemplo de todo ello.
Pero me resigno a pensar que el hombre haya dejado de soñar. No lo hizo durante los cientos de miles de años que ha pasado mirando a las estrellas, preguntándose por ellas, qué eran, dónde estaban, cómo llegar a ellas. Icaro, Babel o Leonardo son muetras de ese afán por ir más lejos.
Quizá los sueños han dejado de estar en Occidente. Quizá hayamos pasado la antorcha del progreso -esa concepto tan occidental, cristiano incluso- a otras civilizaciones. A otras culturas. Y hayamos dejado de mirar la luna para ver el dedo. Ojalá ellas sigan adelante. Y encuentren nuevas energías inagotables. Y envíen misiones tripuladas al espacio.
Pero occidente arrostrará las consecuencias. Ya estamos en ello. Porque la crisis económica, por ahora, no es mundial. Es occidental. Y, si se me apura, y no por casualidad, mediterránea.Justamemte ese Mediterráneo sobre el que volaba Ícaro, reflexionaron Demócrito o Tales de Mileto, contruyeron sus pirámides los egipcios e inventaba Leonardo.
Pero la antorcha de la Era Espacial está ahí. Para quién quiera recogerla. Pronto se cumpliran 50 años de la más singular epopeya de la humanidad: la que culminó con el regreso, sanos y salvos, de Arsmtrong, Collins y Aldrin después de hollar un nuevo mundo, distinto al que nos alberga desde hace millones de años.
Permanezcan atentos a sus pantallas.